sábado, 26 de noviembre de 2011

Ex Humanis I

Ex Humanis I


El calor de las máquinas ahogaba la oscuridad de la cueva, las tinieblas tóxicas ahumadas por la acción de semidioses que con la tecnología lograron vencer la muerte más de una vez.

Pero siempre es alto el precio de sostener la existencia, prolongando y perdurando las ideas por encima de la biología, de su ritmo, abandonando el camino que empieza desde el nacimiento evadiendo la muerte a tal punto que el ser ya no era vivir.

Sólo la destrucción de demonios podía hacer sentir menos culpables a quienes decidieron abandonar su humanidad y no morir.

El destino se veía minimizado por el paso del tiempo que no se cansaba de traspasar primero los cuerpos, y luego las máquinas que encerraron el alma, su intención trans-humanizada, y los restos de sentimientos oxidados por la melancolía de siglos que nunca más volvieron.

Los hábitos nocturnos conformaban un marco a la ilusión, haciendo que la vida en la oscuridad subterránea hiciera tan perdurable la noche como la existencia de los refugiados en sus sombras. La necrópolis construida en el subsuelo era sostenida por los pilares conformados por los restos de ángeles, demonios y humanos devorados por la maquinaria, clasificados y reagrupados, las columnas, pilares, bóvedas y monolitos que conformaban la infraestructura de la gran catedral, la fortaleza donde la muerte no se atrevía a ingresar.

Era tarde en la noche, regresaba aún con olor a sangre impregnada en mi piel…

A pesar de haber ganado volvía como perdido, intentando encontrar el consuelo que sólo en el refugio podía hallar… El eco de soledades acumuladas era traducido en ruido blanco, apenas perceptible entre el mecánico sonido de esa fábrica de presentes aparentemente inagotable.

Los estigmas dolorosos de permanecer en un mundo caduco hacían que el tiempo en vez de esclarecer mis preguntas sólo aumentara la profundidad del abismo de mis propias incertidumbres. Resistiendo al silencio más que al caos del exterior, porque siempre el propio reflejo era más despreciable que las creaturas que tanto aborrecía.

El mundo se había convertido en un lugar tan inhóspito, que la maldición de sobrevivir miles de años era un castigo justo para un ser que había desperdiciado la mayor parte de su vida, mientras su existencia podía reconocerse como tal.